jueves, 29 de abril de 2021

El límite entre la vida biológica y mecánica

En alguna que otra ocasión, me he preguntado si la intersección entre la inteligencia artificial y la cognición humana yace en algún cercano a donde lo biológico y lo mecánico interactúa. Y, ¿dónde podría existir ese punto de confluencia? Para responder a esta pregunta, tal vez deberíamos echar un vistazo a las diferentes máquinas que hemos utilizado a lo largo de nuestra historia como especie.

¿Qué tal si empezamos por un ordenador? Es un aparato que mucha gente usa a diario. Aunque, tal vez pueda ser demasiado complejo intentar analizarlo. Y, ¿si estudiamos uno de sus “antepasados”? Me refiero a la máquina de escribir. Ciertamente, ciertas características de la máquina de escribir han sido heredadas por los ordenadores, como es el teclado.

Ahora, sugiero que nos centremos en el teclado de una máquina de escribir. Supongo que, o bien habéis usado alguna de estas máquinas en vuestra vida, o bien las habéis visto en series de televisión o películas. El funcionamiento principal es, en pocas palabras, aparentemente sencillo: uno solo debe pulsar la tecla con la letra que desea para que se imprima en el papel.

En un teclado de una máquina de escribir podrás encontrar cómo los tendones y nervios de nuestras manos interactúan con las palancas y conexiones del aparato de forma cibernética. Si pulsas una tecla, empujándola hacia abajo, sentirás la retroalimentación mecánica a través de las puntas de los dedos cuando vuelva a subir. Todo esto en una sola pulsación. En un rápido y fuerte chasquido, el resultado de la pulsación de esa tecla será la impresión en papel de un carácter. Esta visión reforzará esa sensación que tuvimos a través del dedo. Todas estas sensaciones se mezclarán en nuestro cerebro y, de una manera más o menos mecánica, impulsará la continuación de las pulsaciones, de ese baile de nuestros dedos sobre el teclado de la máquina. Un círculo que se cierra, pero no parará hasta que el trabajo esté terminado.  

En este bucle, donde el movimiento de los dedos da lugar a golpes de tecla que dejan huellas de tinta, ¿qué parte de la palabra escrita es mental, biológica, y cuál es mecánica? ¿Acaso es demasiado fácil descartarlo? Mas, ¿podría decirse lo mismo de los resultados que derivarían de cualquier otro método de escritura?

Es cierto que no debería insinuarse que la simple naturaleza de una máquina de escribir —ni de cualquier otro aparato tecnológico— pudiera, de ninguna manera, ser comparada con las miles de millones de células que hay en nuestro cerebro a fin de explicar la esencia de la creatividad, ¿verdad?

Vamos a intentar explicar todo esto con un enfoque ligeramente distinto. Imaginemos que ponemos complejas conexiones mecánicas directamente en nuestro cabeza para interactuar con nuestro cerebro. Cables, varas y palancas juntas con los nervios y tejidos. ¿Cuál sería el resultado? ¿Sería diferente a cuando solo pulsábamos con nuestros dedos las teclas o semejante? Incluso si estas partes mecánicas relativamente simples no forman directamente una consciencia, ¿tiene efecto en algún modo en nuestra psique? Si es así, ¿ese efecto es único como si demostrara su propia forma de personalidad, una cibernética? Aquí le dejaré al lector que reflexione sobre ello.

Sigamos con este experimento de cibernética. Sin embargo, ahora, manipularemos estas partes mecánicas con nuestro cerebro, aunque indirectamente a través de los nervios y músculos de nuestras manos —de nuestros dedos, concretamente— mediante el teclado. ¿Esa personalidad híbrida aparecería de nuevo? ¿Podría ser otra distinta y nueva? El asunto parece complicarse.

Al llegar a este punto, supongo que el lector se preguntará por qué motivo he elegido una máquina de escribir y no otro aparato. En primer lugar, tal y como he comentado, quería haber usado un ordenador, pero podría haberse hecho eterno todo esto, por lo que he usado su “pariente” más cercano y sencillo. En segundo lugar, aunque es una tecnología prácticamente en desuso actualmente, sigue teniendo sus seguidores, por lo que no es desconocido ni su funcionamiento ni sus efectos en las personas. En efecto, algunos experimentan una sentimentalidad al escribir con ellas, puede que solo por esa era ya pasada de la que añoran ciertos aspectos, momentos u otras personas. Puede que por esas razones o por otras más disparatadas, como evitar distracciones al escribir, siguen empleando esas máquinas hijas de la Era Industrial, predecesora de la Informática y Digital.

Por lo tanto, llegamos a la pregunta de si la causa de todo esto (la relación máquina‑humano) es sentimental o es debida a la propia naturaleza de las máquinas y cómo interactúan éstas con los operarios humanos. Cabría resaltar que, ningún otro artilugio mecánico antiguo (con interacción activa y directa) ha despertado tantas sensaciones como así lo ha hecho la máquina de escribir. Así que, no nos andemos con rodeos y reflexionemos sobre una idea que lleva rondando por ahí: ¿estas máquinas tienen consciencia, aunque sea una parcial o limitada? Si uno preguntase sobre un ordenador moderno, hasta podría dudar un momento. Pero, ¿un simple aparato mecánico sin memoria de ningún tipo, ni unidad de procesamiento? Absurdo. Sin embargo, ¿y si lo planteamos de otro modo? ¿Podría ser que estas máquinas, en alguna cierta medida propia, modificasen nuestra percepción cuyo efecto pudiera ser replicado? Bueno, desde un punto de vista subjetivo —y no hipótesis comprobable—, se tiene en consideración que, un escritor, por ejemplo, instintivamente a través de la experiencia sabe cuáles son los métodos que le funcionan mejor o cómo uno difiere en resultados de los demás. Esto es algo que yo mismo he experimentado. No siento ni expreso lo mismo al escribir con papel y bolígrafo que tecleando en el ordenador, no ya digamos con una antigua máquina de escribir. Sin duda es distinto. Hay una especie de unión con la interfaz de un aparato tecnológico destinado a interactuar directamente con un humano, sin importar su complejidad.

En conclusión, quizá sería más apropiado denominar a ese «límite» entre lo biológico y lo mecánico como una «zona», aquella donde la vida interactúa con las cosas inertes y el mundo que la rodea. Tal vez, en un futuro próximo, la frontera entre lo vivo y lo mecánico o electrónico llegue a difuminarse y fusionarse, tanto que esa zona de interconexión abarque al final la totalidad del ser.

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