Y ahí va otra más. Una nueva gota cae dentro del vaso, llenándolo poco a poco, pero de manera constante. Algunos lo miran impasiblemente. Se lamentan durante un breve momento al ver que el agua sube de nivel. Pero, como piensan que ya no pueden hacer nada, simplemente, se encogen de hombros y siguen con su rutina.
Sin
embargo, no todos se comportan así. En cuanto oyen el ¡ploc!, se les
encoge el corazón. Es otra más. Otra gota más por la que hay que gente que
llora, sufre, tiene miedo. Se les acumula el cansancio por exceso de trabajo y
falta de horas de sueño. Sus estados emocionales están alterados por ese
fatídico incremento. ¿Qué sienten? ¿Sorpresa, incertidumbre, dolor, pavor…? Su
modo de vida ha sido trastornado irremediablemente y les es muy difícil seguir adelante —tienen fuertes razones de peso.
Ante
tales agravios uno pensaría que ellos dejarían de lado sus diferencias
para ponerle freno a la situación. Hay un objetivo común. Aun así, no lo hacen;
pues, el otro es su adversario y enemigo declarado, asociarse sería traicionar
a los suyos. Sería imperdonable, jamás se recuperarían si dieran su apoyo a su
contrincante, aunque fuera por el bien común. La
desazón que nos produce ver este goteo incesante de solo es comparable con la
indignación frente a esa clase que, supuestamente, nos representa y debe velar
por el bienestar de todos. Algunos
nos estamos ya cansando de la pasividad de unos y la inquina de otros. Pensamos
que, cuando nos levantemos al día siguiente, para emprender un nuevo día, los
esperpentos tan cotidianos de esta sociedad serán cosa del ayer para detener el
goteo. Mas no es así. Vemos como directamente algunos abren el grifo aún más.
De un goteo pasamos una fuente. Y, no precisamente de agua limpia. Parece que
en las canalizaciones hay una infiltración de los desechos. Es imposible que
uno pueda beber de lo que sale de ahí. ¿Qué
hacemos ante tal situación, sabiendo que el grifo no puede cerrarse? Unos los
dejan simplemente correr para que salga algo más clara el agua. Otros, llenan
su vaso, beben un poco y, tras el amargor del primer trago, tiran el resto. Sin
embargo, al final, todos tienen que beber de esa agua. No hay otra disponible. Lo
ideal sería cerrarlo, levantar todo y proceder con las reparaciones y
sustituciones pertinentes. Canalizar el agua pura por un sitio y los residuos
por otro.
A pesar
de que muchos lo pensamos, parece que eso no se llevará a cabo en un futuro
próximo. Al menos, no hasta que el depósito del agua se seque por completo.
Puede que, en ese momento, la gente se lleve las manos a la cabeza y se
pregunte «¿por qué no nos pusimos todos de acuerdo y nos juntamos para evitar
que estoy sucediera?». Solo
entonces la gente verá que el desperdicio de agua fue una catástrofe que
pude haberse, ya no evitado —imposible dada la situación a la que se había
llegado—, sino controlarse en la mejor medida posible para que no se desbordara
el vaso, como sucedía cada día. Al
final, esa agua está llenando bañeras y, una vez llenas, su contenido será desaguado en el río, donde se perderán esas gotas para siempre.
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