Estos individuos estúpidos —y no precisamente por su baja capacidad
intelectual, sino por sus actos— pretenden que nos compadezcamos de su
infortunio porque “no lo habían visto venir”, “nadie les avisó” o “cómo íbamos
a saber que la situación empeoraría tanto”, entre otras excusas. Pues, me temo
que la justificación de que no tenéis acceso directo e instantáneo a la
información verídica, datos y hechos científicos, no me vale. No puedes
esgrimir la ignorancia para despertar nuestra compasión en la era del acceso a
la información instantánea de Internet.
Es cierto que, somos seres
sociales, empáticos, racionales y sensibles, que buscamos el bien común para
que todos salgamos beneficiados en la mayor medida posible; pero, no pongáis a
prueba nuestra compasión. No podemos perder esa cualidad del ser humano o nos
convertiríamos en simples bestias egoístas.
Pero, ¿de quién es la
culpa? ¿Quién es el responsable último en nuestra sociedad? Pongamos un
ejemplo para explicarlo. Los meteorólogos estudian el estado del tiempo, el medio
atmosférico, los fenómenos producidos y las leyes que lo rigen. Además,
gracias a los datos guardados de los patrones atmosféricos(temperatura, pesión
atmosférica, vientos, humedad, precipitaciones) son capaces de realizar un
«pronóstico del tiempo»; es decir, el estado de la atmósfera para un periodo
futuro y una región dada. En consecuencia, si avisan en el parte meteorologico
de que en los próximos días habrá fuertes precipitaciones, y temperaturas
extremadamente bajas en la zona en la que resides, ¿qué es lo que harás cuando llegue el momento? Si tienes que salir a la calle, lo lógico será que lleves ropa de
abrigo e impermeable y portes un paraguas para protegerte de las inclemencias.
Sería ilógico que alguien saliera vestido como si fuera verano, en camiseta de
tirantes y chanclas, ¿verdad? Entonces, si esta persona, por su estupidez
desafiante a la información dada por los expertos, pillase una pulmonía, su
enfermedad sería culpa suya, ¿o no?
Ahora, imaginemos
que el político (o grupo gobernante) responsable de la mencionada región que va a sufrir
un temporal igual (o peor al descrito antes) no hace nada. No se asegura de
mandar a revisar el alcantarillado, ni comprobar el suminstro eléctrico, ni
reforzar el sistema de transporte público —sobre todo si la ciudad cuenta con
metro—, ni procura que el abastecimiento de alimentos y productos esenciales
no se interrumpirá, ni pone en alerta a los servicios de emergencias, etc.
¿Que es lo que pasaría? Bueno, no es que el lector tenga que imaginárselo,
porque seguramente lo ha tenido que ver y hasta sufrir en los últimos tiempos. Al pobre ciudadano se
le inundarían los sótanos de sus viviendas, los túneles estarían anegados e
impracticables, no habría luz por los fallos eléctricos del sistema que no se
revisó, habría escasez de alimentos en supermercados, la gente quedaría
bloqueada durante horas en las carreteras porque no podrían avanzar los
vehículos, las casas de un país desarrollado en mitad del invierno no podrían
calentarse, tendrían con los techos desplomados y las paredes llenas de humedades, con
las tuberías llevando agua no apta para el consumo por filtraciones de los
desechos… En fin, un desastre.
Y, ¿de quién sería la culpa de que el ciudadano
padeciese estas calamidades? Por un lado, algunos dirán que es culpa del
experto o científico, que no dio la voz de alarma con suficiente antelación, o
que no la alzó lo suficiente para que le hicieran caso. Otros, por el
contrario, que el responsable es el político inepto que no escuchó a sus
asesores, o más bien, ignoró las advertencias para —exculpándose— no generar
una situación de alarma y que reinase una situación de caos que tal vez habría
sido muchísmo más terrible de lo que hubiera sido en realidad. Aunque, a lo
mejor lo hizo para sacar rédito político, justificando que él no era el
responsable último de esas decisiones, que tenían que ser del Gobierno del
Estado, y no de la ciudad en cuestión. La expresión “echar balones fuera” sería más que apropiada en este caso.
Por
otro lado, algunos dirían que la culpa final es del ciudadano en sí, que no ha
sido responsable sabiendo lo que iba a pasar y poniendo una fe ciega en sus
gobernantes. Porque, asumámoslo, muchos todavía no comprenden que el mundo
sigue siendo un lugar hostil, donde la supuesta normalidad y seguridad son
relativas y, en cuestión de un instante, todo puede irse al traste. Creemos
que, en nuestras sociedades actuales, es el Gobierno —sin importar el signo
político ni quién mande— el que tiene la obligación y capacidad de darte todo
lo que necesitas y quieres en un momento de emergencia, cuando no has tenido
en consideración la información que se te había proporcionado. Y, si no
atienden al ciudadano irresponsable y estúpido como desea en el acto, este
buscará un culpable, ya sea una autoridad local, un miembro de los equipos de
emergencias o al vecino, el cual sí estaba preparado porque se tomó en serio
los avisos. El incompetente querrá descargar su frustación y asignar la
competencia pertinente en alguien que en realidad no es responsable de las
inclemencias imprevistas de la Naturaleza.
Con esto, no quiero
decir que el gobernante no sea el responsable del caos que acontece
tras el desastre meteorológico. Ni mucho menos. Si hubiera hecho bien las
cosas y tomado las medidas adecuadas, posbilemente los daños causados habrían
sido muchísimo menores. Tampco exonero completamente al ciudadano de a pie.
Si, como en el ejemplo citado, predicen que va a diluviar y va hacer un frío
terrible, lo ideal sería que tuvieras la nevera y despensa llena, tuvieras
ropa de abrigo a mano, no te desplazaras por lo que pudiera pasar, así como
que los jefes de las empresas situadas en la afueras de la ciudad fueran
conscientes del peligro que se avecinaba y fueran compasivos con sus
empleados para dejarles regresar antes —creo que nadie quiere quedarse
atrapado en el vehículo durante horas en mitad de un temporal—, entre otras
muchas medidas a tomar. Si tenemos unos datos que nos informan de que se
nos viene algo peligroso, habría que tomarlos en serio y actuar en consecuencia
para posteriormente no lamentarnos.
Ahora, pongamos el caso de que, sufres una enfermedad o un accidente. No puede ser que lo primero que hagas es
buscar a alguien que se haga cargo, que asuma la responsabilidad y se
compadezca de ti. ¿Por qué lo que necesitas es un culpable? Es posible que
alguno de los que señalas lo sean, pero por otra causa de la que tú
argumentas. Recuerda que, aunque te hayan hecho creer que el mundo es un lugar
totalmente seguro y que el Estado se ocuparía de todo, no siempre puede ser
así. Bien es verdad que, la información con datos y hechos corroborados están
ahí, pero somos nosotros —sin importar nuestra posición de la sociedad— los
responsables últimos de las acciones que tomemos en base a las advertencias
que nos llegan. Porque, si al final prescindimos de ellas, no sería apropiado
que busquemos culpables de nuestras desgracias y se compadecieran de nosotros
para que nos sacaran de ese atolladero en el que por pura estupidez nos
encontramos.
Es verdad que no debemos olvidar que hay sucesos
prácticamente imposibles de predecir, como un terremoto o una erupción
volcánica, tan solo se pueden determinar las áreas con mayor actividad
geológica y procurar o bien evitarlas a la hora de hacer asentamientos o bien
estar preparados para una emergencia. Es en estos casos de desastres naturales
imprevistos, donde no debería haber sentimiento alguno de culpa, sino de
responsabilidad, humanidad y compasión para así ayudarnos entre nosotros y
salvar el mayor número de vidas.
Según los expertos, está en nuestra naturaleza el
equivocarnos y aprender de nuestros errores. No obstante, tan habitual es
errar como echar balones fuera, buscando un culpable que, en muchas ocasiones
(como el lector se habrá percatado de ello), somos nosotros mismos —mas nos
negaramos a reconocerlo. Ciertamente, los humanos concebimos la realidad de
forma causal, atribuyendo lo sucedido a algo o a alguien. Como hemos visto,
practicamos una «cultura de la culpa» en la cual nos sentimos mal cuando
hacemos algo que no debemos, pero como nos es complicado llevarnos mal con
nosotros mismos, solemos culpabilizar a los demás. Hay varios motivos que
explican esto. Primeramente, en nuestra sociedad, una persona se valora por lo
que sabe, sin darle importancia a los errores que se cometan como parte del
aprendizaje. En segundo lugar, como nos es incómodo aceptar que nos hemos
equivocado, echar la culpa a otro es una fácil respuesta, ya que la mente
prefiere desvincularse de cualquier consecuencia negativa. Nadie quiere
sentirse el centro de las críticas porque se ha equivocado. Al no asumir la
responsabilidad de los actos propios y sus resultados, no se juzgaría a la
persona y esta evitaría el mal rato de ser tratado como un débil, inepto o
estúpido.
Por otro lado, parece ser que, el sentimiento de culpa
desempeña un papel adaptativo, cuya función es reconocer los errores y,
consecuentemente, llevar a cabo ciertos ajustes y reparaciones para que, en
una próxima vez, no cometamos ese mismo error que podría tener graves
consecuencias. Es por ello que, si vemos que nuestro congénere ha cometido un
error por no tener la información completa/adecuada en ese momento —por
ignorancia real—, y se encuentra en situación de apuro, nos compadeceremos de
él y le ayudaremos en lo posible —si la situación fuera a la inversa, también
querríamos que él nos echara una mano. Puede ser que, en ese caso, la
Naturaleza sea la “culpable” de las circunstancias imprevistas en las que se
encuentra este ciudadano, y no las autoridades o gobernantes por no estar
siempre preparadas para lo peor (como en el caso de un terromoto). Sin
embargo, si en ese momento sí que había habido advertencias, el ciudadano —por
estupidez— sufre una desgracia, puede que le socorramos (o avisemos a los
equipos de emergencia oportunos) si su vida realmente está en riesgo. Eso sí,
que no intente despertar nuestro sentimiento de culpabilidad y/o de compasión.
En ese caso, la responsabilidad sería solamente suya. Que no busque un
culpable fuera, cuando él tenía toda la información pertinente y, aún así,
llevó a cabo unas acciones irresponsables y que podrían haberle costado la
vida. Por lo tanto, no estoy
de acuerdo en mostrar siempre compasión cuando alguien lo está pasando mal sin
pararnos un momento a analizar cómo esa persona ha llegado a esa desdichada
situación: si es por factores totalmente ajenos a su persona (por ejemplo, una
catástrofe natural imprevista) o por su imprudencia (como pudiera ser el no
haber hecho caso al parte meteorológico). Si es por esto último, mucho me temo
en que pensaremos/diremos que «tú te lo has buscado, ahora no eches la culpa a
los demás».
En conclusión, debemos ser consecuentes con nuestros actos,
asumir la responsabilidad de nuestros errores para evitar reproducirlos en
próximas ocasiones y no buscar culpables externos a nuestras decisiones
tomadas. Porque, al final, no hay inconveniente en errar, sino hacerlo
reitaradamente en lo mismo.
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