domingo, 21 de febrero de 2021

Necesitamos un culpable

La continua estupidez humana tiene, entre otros, un efecto adverso en los demás: disminución de la compasión. Nadie se libra de dicha estupidez, todos somos responsables y víctimas. Y, cuando llega una nueva desgracia provocada por algún desastre natural, algunos la contemplarán más con cierta curiosidad que miedo. A los ruegos de ayuda de las víctimas que por su estupidez se hayan en esa desdichada situación, algunos replicarán con un «Os habíamos avisado, ¿por qué os quejáis ahora?». En efecto, esas decisiones tomadas sin fundamento lógico ni respaldadas por datos contrastados, que hoy en día son tan fáciles de acceder, nos provocan que cada vez tengamos menos compasión con nuestros semejantes.

    Estos individuos estúpidos —y no precisamente por su baja capacidad intelectual, sino por sus actos— pretenden que nos compadezcamos de su infortunio porque “no lo habían visto venir”, “nadie les avisó” o “cómo íbamos a saber que la situación empeoraría tanto”, entre otras excusas. Pues, me temo que la justificación de que no tenéis acceso directo e instantáneo a la información verídica, datos y hechos científicos, no me vale. No puedes esgrimir la ignorancia para despertar nuestra compasión en la era del acceso a la información instantánea de Internet.

    Es cierto que, somos seres sociales, empáticos, racionales y sensibles, que buscamos el bien común para que todos salgamos beneficiados en la mayor medida posible; pero, no pongáis a prueba nuestra compasión. No podemos perder esa cualidad del ser humano o nos convertiríamos en simples bestias egoístas.

    Pero, ¿de quién es la culpa? ¿Quién es el responsable último en nuestra sociedad? Pongamos un ejemplo para explicarlo. Los meteorólogos estudian el estado del tiempo, el medio atmosférico, los fenómenos producidos y las leyes que lo rigen. Además, gracias a los datos guardados de los patrones atmosféricos(temperatura, pesión atmosférica, vientos, humedad, precipitaciones) son capaces de realizar un «pronóstico del tiempo»; es decir, el estado de la atmósfera para un periodo futuro y una región dada. En consecuencia, si avisan en el parte meteorologico de que en los próximos días habrá fuertes precipitaciones, y temperaturas extremadamente bajas en la zona en la que resides, ¿qué es lo que harás cuando llegue el momento? Si tienes que salir a la calle, lo lógico será que lleves ropa de abrigo e impermeable y portes un paraguas para protegerte de las inclemencias. Sería ilógico que alguien saliera vestido como si fuera verano, en camiseta de tirantes y chanclas, ¿verdad? Entonces, si esta persona, por su estupidez desafiante a la información dada por los expertos, pillase una pulmonía, su enfermedad sería culpa suya, ¿o no?

    Ahora, imaginemos que el político (o grupo gobernante) responsable de la mencionada región que va a sufrir un temporal igual (o peor al descrito antes) no hace nada. No se asegura de mandar a revisar el alcantarillado, ni comprobar el suminstro eléctrico, ni reforzar el sistema de transporte público —sobre todo si la ciudad cuenta con metro—, ni procura que el abastecimiento de alimentos y productos esenciales no se interrumpirá, ni pone en alerta a los servicios de emergencias, etc. ¿Que es lo que pasaría? Bueno, no es que el lector tenga que imaginárselo, porque seguramente lo ha tenido que ver y hasta sufrir en los últimos tiempos. Al pobre ciudadano se le inundarían los sótanos de sus viviendas, los túneles estarían anegados e impracticables, no habría luz por los fallos eléctricos del sistema que no se revisó, habría escasez de alimentos en supermercados, la gente quedaría bloqueada durante horas en las carreteras porque no podrían avanzar los vehículos, las casas de un país desarrollado en mitad del invierno no podrían calentarse, tendrían con los techos desplomados y las paredes llenas de humedades, con las tuberías llevando agua no apta para el consumo por filtraciones de los desechos… En fin, un desastre.

    Y, ¿de quién sería la culpa de que el ciudadano padeciese estas calamidades? Por un lado, algunos dirán que es culpa del experto o científico, que no dio la voz de alarma con suficiente antelación, o que no la alzó lo suficiente para que le hicieran caso. Otros, por el contrario, que el responsable es el político inepto que no escuchó a sus asesores, o más bien, ignoró las advertencias para —exculpándose— no generar una situación de alarma y que reinase una situación de caos que tal vez habría sido muchísmo más terrible de lo que hubiera sido en realidad. Aunque, a lo mejor lo hizo para sacar rédito político, justificando que él no era el responsable último de esas decisiones, que tenían que ser del Gobierno del Estado, y no de la ciudad en cuestión. La expresión “echar balones fuera” sería más que apropiada en este caso.

    Por otro lado, algunos dirían que la culpa final es del ciudadano en sí, que no ha sido responsable sabiendo lo que iba a pasar y poniendo una fe ciega en sus gobernantes. Porque, asumámoslo, muchos todavía no comprenden que el mundo sigue siendo un lugar hostil, donde la supuesta normalidad y seguridad son relativas y, en cuestión de un instante, todo puede irse al traste. Creemos que, en nuestras sociedades actuales, es el Gobierno —sin importar el signo político ni quién mande— el que tiene la obligación y capacidad de darte todo lo que necesitas y quieres en un momento de emergencia, cuando no has tenido en consideración la información que se te había proporcionado. Y, si no atienden al ciudadano irresponsable y estúpido como desea en el acto, este buscará un culpable, ya sea una autoridad local, un miembro de los equipos de emergencias o al vecino, el cual sí estaba preparado porque se tomó en serio los avisos. El incompetente querrá descargar su frustación y asignar la competencia pertinente en alguien que en realidad no es responsable de las inclemencias imprevistas de la Naturaleza.

    Con esto, no quiero decir que el gobernante no sea el responsable del caos que acontece tras el desastre meteorológico. Ni mucho menos. Si hubiera hecho bien las cosas y tomado las medidas adecuadas, posbilemente los daños causados habrían sido muchísimo menores. Tampco exonero completamente al ciudadano de a pie. Si, como en el ejemplo citado, predicen que va a diluviar y va hacer un frío terrible, lo ideal sería que tuvieras la nevera y despensa llena, tuvieras ropa de abrigo a mano, no te desplazaras por lo que pudiera pasar, así como que los jefes de las empresas situadas en la afueras de la ciudad fueran conscientes del peligro que se avecinaba y fueran compasivos con sus empleados para dejarles regresar antes —creo que nadie quiere quedarse atrapado en el vehículo durante horas en mitad de un temporal—, entre otras muchas medidas a tomar. Si tenemos unos datos que nos informan de que se nos viene algo peligroso, habría que tomarlos en serio y actuar en consecuencia para posteriormente no lamentarnos.

    Ahora, pongamos el caso de que, sufres una enfermedad o un accidente. No puede ser que lo primero que hagas es buscar a alguien que se haga cargo, que asuma la responsabilidad y se compadezca de ti. ¿Por qué lo que necesitas es un culpable? Es posible que alguno de los que señalas lo sean, pero por otra causa de la que tú argumentas. Recuerda que, aunque te hayan hecho creer que el mundo es un lugar totalmente seguro y que el Estado se ocuparía de todo, no siempre puede ser así. Bien es verdad que, la información con datos y hechos corroborados están ahí, pero somos nosotros —sin importar nuestra posición de la sociedad— los responsables últimos de las acciones que tomemos en base a las advertencias que nos llegan. Porque, si al final prescindimos de ellas, no sería apropiado que busquemos culpables de nuestras desgracias y se compadecieran de nosotros para que nos sacaran de ese atolladero en el que por pura estupidez nos encontramos.

    Es verdad que no debemos olvidar que hay sucesos prácticamente imposibles de predecir, como un terremoto o una erupción volcánica, tan solo se pueden determinar las áreas con mayor actividad geológica y procurar o bien evitarlas a la hora de hacer asentamientos o bien estar preparados para una emergencia. Es en estos casos de desastres naturales imprevistos, donde no debería haber sentimiento alguno de culpa, sino de responsabilidad, humanidad y compasión para así ayudarnos entre nosotros y salvar el mayor número de vidas.

    Según los expertos, está en nuestra naturaleza el equivocarnos y aprender de nuestros errores. No obstante, tan habitual es errar como echar balones fuera, buscando un culpable que, en muchas ocasiones (como el lector se habrá percatado de ello), somos nosotros mismos —mas nos negaramos a reconocerlo. Ciertamente, los humanos concebimos la realidad de forma causal, atribuyendo lo sucedido a algo o a alguien. Como hemos visto, practicamos una «cultura de la culpa» en la cual nos sentimos mal cuando hacemos algo que no debemos, pero como nos es complicado llevarnos mal con nosotros mismos, solemos culpabilizar a los demás. Hay varios motivos que explican esto. Primeramente, en nuestra sociedad, una persona se valora por lo que sabe, sin darle importancia a los errores que se cometan como parte del aprendizaje. En segundo lugar, como nos es incómodo aceptar que nos hemos equivocado, echar la culpa a otro es una fácil respuesta, ya que la mente prefiere desvincularse de cualquier consecuencia negativa. Nadie quiere sentirse el centro de las críticas porque se ha equivocado. Al no asumir la responsabilidad de los actos propios y sus resultados, no se juzgaría a la persona y esta evitaría el mal rato de ser tratado como un débil, inepto o estúpido.

    Por otro lado, parece ser que, el sentimiento de culpa desempeña un papel adaptativo, cuya función es reconocer los errores y, consecuentemente, llevar a cabo ciertos ajustes y reparaciones para que, en una próxima vez, no cometamos ese mismo error que podría tener graves consecuencias. Es por ello que, si vemos que nuestro congénere ha cometido un error por no tener la información completa/adecuada en ese momento —por ignorancia real—, y se encuentra en situación de apuro, nos compadeceremos de él y le ayudaremos en lo posible —si la situación fuera a la inversa, también querríamos que él nos echara una mano. Puede ser que, en ese caso, la Naturaleza sea la “culpable” de las circunstancias imprevistas en las que se encuentra este ciudadano, y no las autoridades o gobernantes por no estar siempre preparadas para lo peor (como en el caso de un terromoto). Sin embargo, si en ese momento sí que había habido advertencias, el ciudadano —por estupidez— sufre una desgracia, puede que le socorramos (o avisemos a los equipos de emergencia oportunos) si su vida realmente está en riesgo. Eso sí, que no intente despertar nuestro sentimiento de culpabilidad y/o de compasión. En ese caso, la responsabilidad sería solamente suya. Que no busque un culpable fuera, cuando él tenía toda la información pertinente y, aún así, llevó a cabo unas acciones irresponsables y que podrían haberle costado la vida. Por lo tanto, no estoy de acuerdo en mostrar siempre compasión cuando alguien lo está pasando mal sin pararnos un momento a analizar cómo esa persona ha llegado a esa desdichada situación: si es por factores totalmente ajenos a su persona (por ejemplo, una catástrofe natural imprevista) o por su imprudencia (como pudiera ser el no haber hecho caso al parte meteorológico). Si es por esto último, mucho me temo en que pensaremos/diremos que «tú te lo has buscado, ahora no eches la culpa a los demás».

    En conclusión, debemos ser consecuentes con nuestros actos, asumir la responsabilidad de nuestros errores para evitar reproducirlos en próximas ocasiones y no buscar culpables externos a nuestras decisiones tomadas. Porque, al final, no hay inconveniente en errar, sino hacerlo reitaradamente en lo mismo.

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