jueves, 31 de marzo de 2016

Despertar de la noche

            Oscuridad. Apenas veía nada a mi alrededor. Ignoraba dónde me encontraba.
            Oía el tañido de unas campanas en la lejanía.
           —Despierta, Samuel. No puedes seguir durmiendo— resonó una voz familiar.
            —¿Qué está pasando? —pregunté en voz alta. Estaba aterrado, no me podía mover.
            —Hazme caso, tienes que despertar antes de que veas la iglesia.
            —¿Qué iglesia? ¿Pero de qué estás hablando? —pregunté al ser invisible que me hablaba.
            —¡Despierta de una vez! —gritó la Voz.
            La oscuridad se desvaneció dejando paso a la luz, una luz que iluminaba todo pero que también me cegaba. Las campanas comenzaron a sonar tan fuerte que creí que me iban a estallar los tímpanos.
            Me tapé los oídos y cerré los ojos con fuerza.
            Tenía miedo.
            Se me escapó un grito. 
            Desperté en mi cama. Tenía el pulso acelerado. ¿Qué había pasado?  Parecía que había tenido una pesadilla, pero no la recordaba.
            Encendí la luz. El reloj marcaba las seis y media. No creo que me volviera a dormir. Me levanté y me fui al baño.
           Me miré al espejo. Ojos enrojecidos, ojeras, barba de varios días… Tenía mala pinta, aunque no me encontraba tan mal de salud. Exceptuando, claro está, lo de llevar varios días sin dormir bien del todo.
            Para despejarme me di una buena ducha.
            Tras vestirme, fui a la cocina a prepararme el desayuno.
            Abrí la nevera. Estaba prácticamente vacía.
         Apenas tengo para hoy algo que comer. Menos mal que es lunes y podré ir al supermercado.
            Sonó mi móvil. ¿Quién me llamaría tan temprano?
            Reconocí enseguida el número que aparecía en la pantalla.
            Descolgué.
            —Buenos días, Sam —saludó alegremente mi interlocutor.
          —Buenas, James —contesté—. ¿Qué ocurre? ¿Por qué me llamas tan temprano?
           —¿Qué pasa, es que tu agente literario no puede llamarte para saludar de vez en cuando? —respondió.
            —Supongo que sí —dije dubitativamente.
            —Mira —comenzó pausadamente—. Hoy estoy en tu ciudad. Tengo esta semana unas reuniones importantes. Y, me preguntaba si te vendría bien quedar para tomar un café y charlar para ponernos al día.
            —Me parece bien —dije sin muchas ganas—. Aún no he desayunado.
           —¿En serio? —preguntó sorprendido—. Pues, ¿por qué no quedamos en la nueva cafetería que han abierto enfrente de la entrada principal del Gran Parque? ¿Sabes cuál es?
            —Sí, creo que sí.
            —Perfecto. Te veo allí a las ocho en punto. ¿De acuerdo, Sam?
            —Vale. Hasta luego, James.
            Colgó.
          Me sorprendió que James Barker, mi agente literario desde hacía no muchos años, me llamase. Sobre todo después de no haber hablado con él en casi un mes. Seguro que tramaba algo. Aunque, realmente, me daba igual. Ya me lo contaría él mismo. Rara era la ocasión donde no saliera algún tema sobre los negocios.

*          *          *

           Fui caminando a la nueva cafetería que había en la acera de enfrente del Gran Parque Central.
           Entré y me senté cerca del ventanal, dejando mi cazadora colgada en la silla. Una joven camarera me dio la bienvenida y tomó nota de mi pedido.
           Casi enseguida, me sirvió una buena taza de café caliente
           Mientras daba un sorbo a la deliciosa bebida, un taxi paró en la calle. De él se bajó una figura que reconocí al instante: era James Barker.
            Entró al local y se sentó deprisa. Dejó su maletín en la silla de al lado y colgó su chaqueta en el respaldo.
           —Hola, Sam —me saludó. Miró a la mesa —. Veo que has empezado sin mí.
          —Hola, James —contesté con una sonrisa señalándole mi reloj—. Son casi las ocho y media.
           —Sí, lo sé y lo siento —se disculpó—. Creía que desde el hotel tardaría menos. Pero me equivocaba. Para compensarte, luego pagaré yo la cuenta.
            Esbocé una sonrisa a su ofrecimiento.
            La camarera se aproximó a nuestra mesa.
            —Buenos días —dijo—. ¿Qué desea tomar?
            —Tomaré lo mismo que mi amigo —respondió James señalándome.
            —Muy bien. Enseguida se lo traigo.
            La camarera se fue a la barra.
            —Bueno, James, ¿para qué querías que nos viéramos? —le pregunté sin rodeos—. No creo que sea sólo para desayunar, pues para ello tienes el hotel.
            —Veo que me has pillado —contestó mostrando sus dientes al sonreír y levantando la mano derecha.
           Alargó el brazo hacia su maletín, y lo puso en la mesa; pero, antes de que lo pudiera abrir la camarera le interrumpió.
           —Disculpe, señor —dijo cortésmente—, retire un momento el maletín de la mesa. Le traigo su pedido.
            —¡Oh! Lo siento —contestó dejando de nuevo el maletín sobre la silla.
           —No pasa nada, gracias —respondió amablemente la camarera. Dejó el café y unos bollos en la mesa—. Si necesitan alguna cosa más, no duden en pedírmelo.
            James asintió sonriente. La camarera se fue a atender a otra mesa.
         James dio un sorbo al café. Me observó atentamente durante unos segundos.
           —Veo que apenas has cambiado —me dijo—. Mírate. Cualquiera diría que eres un famoso escritor.
            —Era —le corregí.
          —¿Era? —me preguntó asombrado—. Yo te veo aún bien vivo, Sam. Aunque por tu cara cualquiera lo diría.
          —No duermo muy bien últimamente—le repliqué—. Además, mi momento ya pasó. Hace casi un año que no escribo nada nuevo. Mi pluma está guardada para siempre.
            —No deberías decir esas cosas. Eres muy bueno. Tu primer libro se convirtió en un éxito de ventas en menos de un mes. Ni nuestros mejores escritores de ficción contemporáneos lograron eso.
            —Sabes muy bien que tuve mucha publicidad. A la editorial le encantó mi estilo. La forma en que escribo es…
            —Fantástica —me interrumpió.
            —Aterradora —le corregí.
          —Bueno, sí. Tienes razón. Pero es que eres escritor de terror. Tus historias deben dar miedo.
            —Ha habido gente que ha tenido pesadillas con mis libros —le apunté. Y cosas peores que no pensaba mencionar.
            —Ese es su problema. Sabían lo que compraban.
            —No estoy muy de acuerdo.
       —Como quieras —respondió. Suspiró—. Me parece que no podré convencerte.
            —¿De qué? —pregunté intrigado.
            James cogió su maletín y se lo puso en las piernas. Lo abrió y sacó una carpeta. Me la acercó.
            —¿Qué es esto? —le pregunté mientras la cogía.
         —Ábrela —me respondió felizmente—. Y echa un vistazo a los documentos que hay en su interior.
            Así lo hice.
            Tras unos minutos, dejé la carpeta en la mesa.
           —¿Una película basada en mi primer libro? —le pregunté—. ¿Para eso querías que nos reuniéramos?
         —Exacto —me respondió James—. La editorial quiere firmar un importante acuerdo con la productora cinematográfica para adaptar tu novela a la gran pantalla. Pero se requiere de tu previa aprobación y consentimiento.
            —No sé yo si será una buena idea.
            —¿Por qué no? Seguro que será un taquillazo. ¿Temes defraudar a tus lectores? No te preocupes. Supervisarás la producción de la obra personalmente para dar el visto bueno a todo.
         —No es eso —dije—. Es posible que la película traumatice a los espectadores. Ya viste cómo reaccionaron con algunos de mis libros.
            James soltó una carcajada.
            —¿Traumatizarlos? —me preguntó entre risas—. ¿Eso te preocupa? El estudio es lo que querrá. Una auténtica película de terror, que supere con creces a las de finales de siglo pasado.
           —¿Sabes cómo me empezaron a llamar lo críticos literarios? —le espeté. Respiré hondo—. Aún lo recuerdo: «Samuel Kensington, “El creador de muerte y sufrimiento”, sorprende de nuevo al público con su siguiente obra, aún más oscura y aterradora que la anterior. Si quieren pasar auténtico miedo y no irse a dormir, compren esta novela.»
            —Sí —me dijo—. Ya sé que te pusieron un sobrenombre muy retorcido. Aunque ya sabes cómo son los de ese gremio. Yo creo que realmente te temían, porque adoraban el arte que creabas.
            Se me escapa entre dientes una pequeña risa por su comentario.
            —¿Ves? —comentó—. No pasa nada por reírse un poco. ¿Cuándo fue la última vez que te divertiste y lo pasaste bien?
            —Ya lo sabes —le respondí con el semblante serio.
            —Ah, claro —hizo una pausa—. El accidente…
            —No hables de ello, por favor.
          —Vamos, Sam. Ya ha pasado casi un año de ello. Tienes que pasar página de una vez. Seguir con tu vida. Volver a escribir.
            —Perdí la inspiración.
            —Martha era una gran mujer, lo reconozco.
            —Para.
            —Vale —dijo levantando las manos—. Cambiaré de tema. ¿Has vuelto a hablar con la doctora Carpenter?
            —Hace casi tres meses que no piso su consulta —le contesté—. No es tan buena psiquiatra como me decías.
            —¿Acaso ibas regularmente y seguías bien su tratamiento?
            Mi silencio fue mi respuesta.
            —Llámale cuanto antes para pedir una cita —sugirió James. Parecía que me estaba regañando—. ¿De acuerdo? Hazlo por mí, Sam. Tienes que cuidarte.
            —Está bien.
            —Y, respecto a la película…
            —No te precipites —le interrumpí—. Déjame unos días para pensarlo y aclarar las ideas.
            —De acuerdo, pero a ver si me puedes contestar antes del próximo fin de semana.
            Asentí con la cabeza.
            James guardó la carpeta en su maletín.
            Terminamos de desayunar.
            Nos despedimos a la salida. Barker paró un taxi para irse al centro de la ciudad.
            Volví de nuevo a mi barrio. Tenía que hacer la compra.
            De camino llamé a mi psiquiatra, la doctora Gwen Carpenter.
          Tuve suerte. Pude concertar una cita al día siguiente a las a las once y diez de la mañana.
            Bueno, una cosa hecha. Ahora, a comprar.
          Puede que preparar una buena comida me animase aún más. Y, con suerte, dormiría mejor.

*          *          *

           La noche y el silencio me rodeaban.
         Lentamente, empezaba a vislumbrar las figuras. Nubes y sombras. La luna llena destilaba una luz pálida. Delante de mí se alzaba un edificio oscuro e imponente.
            ¡Es una iglesia!
          Caminé hacia ella. Al acercarme, la distinguía mejor. Era una vieja iglesia, sencilla, construida con piedra. Tenía un campanario muy alto, que se perdía entre las nubes que rodean este lugar.
            No, no eran nubes. El templo estaba rodeado por una niebla oscura, negra. Era extraño y, a la par, desagradable. Sentía, ¿miedo? Más bien, angustia.
            Sabía que no debería dirigirme hacia la iglesia. Pero, me iba acercando, empujado por una fuerza intangible.
            Al llegar a la puerta principal me detuve. Me quedé expectante a lo que pudiera pasar, en silencio. No se oía nada.
            Me percaté que no sonaban las campanas. La pasada noche era lo único que se podían oír, aparte de… ¡la Voz! ¿Qué había sido de ella, la que me decía que no fuera a la iglesia? ¿Por qué no aparecía?
            De repente, capté un rumor flotando en el aire. Era inquietante, pues se asemejaba a un cúmulo de gritos y llantos, lamentos y quejidos. Ahí no estaba el origen de la Voz. Era otra cosa.
            Cada vez me encontraba peor. Sentía una presencia perversa en esta niebla, en el interior de la iglesia.
            Alcé la mano hacia la aldaba de la puerta de madera. Antes de alcanzarla, una mano me agarró por la muñeca.
            —No llames —me susurró la Voz al oído—. Y, ni se te ocurra entrar.
            Me tiró hacia atrás con fuerza. Caí al suelo, envuelto en la negra niebla.
           Desperté en mi cama, sobresaltado, con el corazón a punto de salírseme del pecho.
           Una pesadilla. Pero, ¿de qué? No la recordaba. En fin, supongo que sería mejor no saberlo.
            Intenté volver a dormir, sin éxito. Me había desvelado.
            Me levanté y fui al salón. Encendí la televisión.
            No daban nada interesante. Puse el canal de noticias y me recosté en el sofá.
         La monótona voz del presentador me adormilaba. Me pesaban los párpados. Perdí el sentido del tiempo.
           
            Parece que me quedé dormido finalmente. Aunque me levanté con dolor de espalda y de cuello por la mala postura.
            Miré mi reloj. Eran las nueve y media.
            Fui al baño.
            Después de asearme y desayunar, me preparé para irme a la consulta.
*          *          *

             —…y es por eso que no he vuelto a venir.
            —Ya veo —dijo la doctora Carpenter mientras tomaba nota—. Y, ¿cómo te encuentras últimamente? ¿Comes bien?
            —La verdad es que sí —respondí—. Llevo ya un tiempo siguiendo una serie de recetas de cocina y no me salen tan mal.
            —Me alegra saberlo —comentó—. Es bueno que te dediques a otras cosas. La cocina puede ser una buena solución.
            —Sí. Desde que vivo solo no me queda otra.
            —¿Aún piensas en tu prometida, Martha?
            —De vez en cuando —respondí bajando la cabeza.
            —¿Te molesta la pregunta? ¿Quieres hablar de otra cosa?
            —No —dije secamente—. He venido aquí para recibir ayuda. Este mes hará un año de su ida. Ella querría que siguiese adelante.
            —Ésa es la actitud que quiero que tengas, Samuel —dijo con una sonrisa. Hizo una breve pausa—. Y, dime, ¿qué tal duermes?
           —No muy bien —contesté—. Llevo unos días que no pego ojo. Duermo a ratos. Me despierto en mitad de la noche. De pesadillas que no logro recordar.
            —Ya veo —dijo mientras apuntaba lo que le contaba—. Te voy a recetar unas pastillas para dormir. Lo bueno que tienen es que te evitan el soñar. Dormirás plácidamente. Si notas cualquier efecto secundario, no dudes en acudir a mí.
            Miró su reloj. Aún nos quedaba bastante tiempo restante.
           
*          *          *

            La iglesia se erguía ante mí. A pesar de ser de color gris, la niebla negra que la rodeaba, la hacía aún más tenebrosa de lo que cabría esperar. Su presencia era amenazante.
            Me recorrieron algunos escalofríos al captar con claridad los gemidos que salían de ella. Sentía el auténtico sentimiento y emoción del terror puro. El verdadero Mal estaba presente.
            Di un empujón a la puerta y entré. El interior estaba prácticamente sumido en tinieblas, salvo el altar, iluminado por unas pocas velas. Distinguí tras él la figura de una persona.
            Avancé despacio por el pasillo entre los bancos. Parecía que había gente ahí. ¿Feligreses? Posiblemente, mas no rezaban. Gesticulaban, sí; y gemían. Esa gente estaba sufriendo algún lamento inhumano. Sin embargo, no me atrevía a echar un vistazo para cerciorarme. El miedo casi me había paralizado totalmente. Sólo caminaba.
            Proseguí en medio de gritos ahogados y espasmos de dolor. Mis ojos se habían acostumbrado a la semioscuridad. La persona del altar se veía con precisión. No era muy alta, llevaba puesta una túnica oscura y se encontraba de espaldas.
           Justo cuando se estaba dando la vuelta, oí un fuerte portazo. Al instante me giré y vi una figura blanca en la entrada. Me resultaba familiar.
           —¡DESPIERTA, SAMMY! —chilló la figura con la Voz.
          Todo el lugar retumbó por su grito ensordecedor. Me sentí desfallecer.
          Cuando abrí los ojos, me encontraba en mi sofá. Era de día
         Recordé que me había sentado a reposar tras la cena y haberme tomado una de las pastillas de la doctora. Sí que eran potentes. Me había quedado roque sin darme cuenta.
          Me temblaba el cuerpo y sentía palpitaciones.
        ¿Algún efecto adverso de la medicación? Esperaba que no fuera nada grave.
          Fui a lavarme la cara.
         Tras secarme, dejé caer la toalla. La imagen que me devolvió el espejo me dejó paralizado. No era yo. El ser del espejo vestía una túnica oscura. Me miraba fijamente con sus ojos inyectados en sangre. Su desagradable sonrisa dejaba ver unos dientes afilados.
            —Hola, Samuel —dijo la figura del espejo.
            No contesté. No podía creer lo que estaba pasando.
           —¿Por qué no has vuelto a escribir? Te hemos estado llamando. ¿No oías las campanas?
            Esto tenía que ser una pesadilla.
            —¿Qué te ocurre? —preguntó sonriente. Su voz era aterradora—. ¿Me tienes miedo? No deberías, Samuel.
            —¿Quién eres? —pregunté con voz temblorosa.
            —Soy tú. Tu otro yo.
            Esto era demasiado.
            —Soy una representación de tu parte más oscura como humano que eres. He tenido que manifestarme en tu mundo, por orden de mis amos.
            —¿Amos?
            —Los Señores del Abismo —respondió—. Quieren que sigas escribiendo. Tus libros han llegado a miles de personas. Pronto serán millones. Tendremos fieles allá donde haya un lector tuyo.
            —¿De qué estás hablando?
            —Lo sabes muy bien. Tu don no era normal. Te hemos estado dictando lo que tenías que escribir. Fuiste elegido para propagar la palabra de nuestros amos. Pero debes continuar creando muerte, sufrimiento y caos. Sólo así, las criaturas de la noche podrán entrar en tu mundo.
            —Me niego rotundamente —repuse.
           —No tienes elección. Llevas experimentando el maravilloso dolor de la pérdida durante casi un año.
            Sentía que me derrumbaba. ¿No fue un accidente de tráfico lo que me arrebató a mi prometida?
      De pronto, una luz blanca iluminó el cuarto, cegándome momentáneamente.
            —No le hagas caso, Sammy —dijo una voz femenina.
            —¡NO! —gritó el ser del espejo—. ¡No puedes estar aquí!
            —¡Silencio, criatura maldita!
            Entonces, un chillido ensordecedor hizo saltar en pedazos el espejo.
            —Ahora, el Mal no te molestará —sentenció la Voz.
            —¿Qué ha pasado? ¿Quién eres? —pregunté desconcertado.
            —Vamos, Sammy. ¿Acaso lo dudas?
            —¿Martha? Pero, ¿cómo?
          —No puedo quedarme mucho tiempo. He venido para advertirte. Te reclaman de nuevo.
            —Lo sé.
            —Puedes vencerles, con tu talento —dijo—. Aunque, no como antes.
            —Es imposible. Tú eras mi razón para escribir y ya no estás.
            —Siempre he estado a tu lado. Hasta en tus sueños. Ayudándote en lo posible.
            —Te extraño tanto.
          —Lo sé, Sammy. Pero debes seguir ahora tu camino. Debes deshacerte de ese remordimiento y culpabilidad que te atormentan. No debes responsabilizarte por lo que me pasó.
            —Entiendo…
            —Ahora, ¡despierta!
            Sentí una fuerte presión.
            Desperté en el suelo de mi cuarto.
            Era ya de día.
            Parecía que me encontrase mejor.
            Me levanté y me fui al baño.
            —Se acabó el descanso —dijo una voz siniestra.
            Me giré y vi a la oscura figura tras el espejo.
            —Hora de volver al trabajo, Sammy —dijo riéndose.
            Rápidamente, la niebla negra empezó a envolverlo todo.


Nota: Este relato fue presentado al “I Concurso relatos cortos del Centro Juvenil de Chamberí y Tetuán Punto Joven”. El día 12 de marzo de 2016, en el “II Encuentro de Jóvenes lectores y escritores”, este relato fue galardonado con el Premio del público.



Enlaces de interés: 


http://www.madrid.es/portales/munimadrid/es/Inicio/Actualidad/Actividades-y-eventos/II-Encuentro-de-Jovenes-lectores-y-escritores?vgnextfmt=default&vgnextoid=97d8b064f6dec310VgnVCM1000000b205a0aRCRD&vgnextchannel=ca9671ee4a9eb410VgnVCM100000171f5a0aRCRD

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