El desierto nevado que se abre ante mí es desolador. El
frío polar me atraviesa sin piedad. Su blancura daña mi cansada vista. Pero
debo empezar mi camino o no aguantaré mucho más aquí, en este rincón, al borde
del abismo.
Un paso, luego otro y, así, hasta avanzar un poco a cada
rato. Sin embargo, mis primeros pensamientos están enredados, no consigo que
mis ideas se ordenen. ¿Me quedaré aquí el resto de mi vida? ¿Al borde del
precipicio? ¡Qué vergüenza más horrible!
Descansaré un rato, aún tengo tiempo de sobra. No creo que
a nadie le importe mi demora. ¿Y a mí? ¿Estoy seguro que no me importa quedarme
en esta esquina del mundo sin poder hacer nada?
Observándome me doy cuenta de algo. Mi mano tiembla a cada
movimiento que intento dar. El brazo se tensa, no parece querer colaborar en la
travesía. Me doy cuenta de que no me tiembla la mano por nervios o por el frío
del blanco paraje, sino por miedo. Reflexiono el motivo de esta situación:
¡Miedo! ¿De qué tengo miedo?
De fracasar. Ésa es mi respuesta. Contundente y clara. Llego
a la conclusión de que mi nulo avance es por temor al fallo y a la decepción.
De no poder estar a la altura de mis expectativas. Es un golpe duro.
Me doy media vuelta. Mirar al vacío era mejor que enfrentarse
con la blanca realidad. Ese páramo nevado se extiende ahora mucho más de lo que
uno pueda imaginarse. Aunque quiero avanzar por él, no puedo. Mis huellas
apenas se quedan marcadas en la nieve. Mis pensamientos se atascan en la mente.
No puedo hacer que fluyan con claridad. ¿Qué es lo que puedo hacer? Ya que no
hay una ruta fija que seguir por este blanco desierto, lo mejor será andar a
ciegas, hasta que me tope con algo. Si he errado el camino, siempre se puede
corregir. Es mejor esto ha quedarse parado sin hacer nada.
De repente, las ideas fluyen por mis manos como el agua
por un río. El brazo se mueve ágilmente mientras plasmo mis pensamientos. Por
fin he superado la primera línea de esta odiosa hoja en blanco.
Tras un buen rato he terminado mi proyecto. Lo que
antes era un desierto en blanco, ahora es un jardín lleno de palabras y frases con
vida propia.
Todos tenemos miedo a la hoja en blanco, a no saber qué
poner al principio, a cómo comenzar. Pues nos aterra el rechazo a lo que los
demás, opinen. Cada uno tiene sus particulares formas de enfrentarse a ello.
Algunos lo abandonan sin ni siquiera intentarlo, otros (tras mucho esfuerzo y
tiempo) lo consiguen. Sin embargo hay gente que tiene más facilidad y con sólo
pensar un poco ya saben cómo empezar (el terminar bien o mal ya es otra
historia).
Ciertamente, estar cara a cara con una hoja donde la nada
es lo que ocupa el espacio provoca cierto pavor. En lugar de verlo como una
oportunidad, algunos lo ven como un reto casi imposible de conquistar.
He aquí un gran error. Una hoja en blanco es una enorme de
expresarse. Hay que cambiar la idea de que se tiene que llenar esa página
cueste lo que cueste. Convertir el obstáculo en una gran ocasión es hacer más
liviana la carga.
Además, tenemos el “miedo escénico”. Lo que uno escribe,
otros lo leerán. Y, efectivamente, puede entrarle a uno pánico. El no saber si
entenderán lo que quiero decir o por qué me expreso así, puede intimidar. Bien,
no hay que pensar que lo leerá un gran público simultáneamente y estará ávido
de despedazarte cual depredador. Pienso que es más fácil escribir para alguien
en concreto (un familiar, un amigo, un conocido…). Cuando hay que compartir
algo, se recurre a alguien de confianza, ¿verdad? Pues en el caso de la
escritura sería algo similar.
Por otro lado, no hay que pretender lucirse (aunque sea
nuestro propósito). Procurar hablar de lo que uno sabe es una estupenda idea. Intentar
abarcar temas extraños suele complicar la tarea. No obstante, esto no quiere
decir que no lo hagamos; más bien que si lo hacemos, que lo hagamos con
conocimientos, que busquemos información para poder trabajar a gusto con
nuestro escrito. Cuanto más se lee (en teoría) más puede uno escribir sobre
diversos temas. Es importante tener una buena base y cultura que nos respalde.
Cabe destacar que, no debería asustar tanto la hoja en
blanco, sino el no tenerla a mano cuando te surjan las ideas y poder anotarlas.
O peor aún, no tener ideas. Esto es mucho más aterrador. Por suerte, siempre te
viene alguna que otra idea a la cabeza, algún que otro pensamiento fluye por
ahí. Es en ese momento cuando aprovechas, lo cazas y lo plasmas en esa hoja en
blanco que tanto se temía al principio.
En conclusión, el miedo a la hoja en blanco es algo que a
todos en alguna ocasión de nuestra vida (en mayor o menor frecuencia) nos ha
pasado. No hay que preocuparse excesivamente. Siempre se consigue avanzar por
ese desierto nevado, dejando tras de sí un paisaje plagado de tinta en el que
reflejamos nuestras expresiones e ideas.
Cada año nos dan un cuaderno con 365 páginas en blanco.
Cada día hay que escribir en una de ellas. Es una tarea que puede resultar
agotadora en ocasiones. No hay que rendirse. Tenemos a nuestro alcance multitud
de recursos, aprovechémoslos. Anímate a vivir esta nueva aventura que comienza
cada año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario