miércoles, 10 de agosto de 2011

Un olfato prodigioso (5)

            La radio de Jack estaba conectada. Nos dimos cuenta porque Sam nos llamó. Nos comunicó que tenía el edificio rodeado y asegurado. Nadie había entrado ni salido. Los helicópteros ya estaban sobrevolando la zona. Jack se puso el auricular en la oreja. Le dijo que estaba herido, pero que estaba bien. Les ordenó que asegurasen los pisos inferiores y comprobasen, puerta por puerta, si estaba dentro el chino. Les dio la descripción: chaqueta de cuero, camiseta blanca mancha de sangre, pelo moreno muy corto, y tenía su arma.
            Mientras hablaba por radio, oí unos gritos y luego unos disparos. Venían del quinto piso. Subí corriendo. Jack me dijo que esperase, que no fuera tan rápido. No podía. Quería vengarme. Habían herido a mi mejor amigo humano y no iba a perdonar a aquel tipo.
            La puerta de un apartamento estaba entreabierta. Asomé el hocico y olfateé el aire. Olía a sangre y pólvora.
            Jack rápidamente se puso detrás de mí.
            —Quédate detrás de mí —me dijo en voz baja—. Es posible que haya tomado rehenes.
            Entramos sigilosamente.
            —¡Eh poli! —gritó alguien con acento chino—. Estoy aquí. Ven a por mí.
            En el salón había dos personas: nuestro chino y una mujer mayor. Estaba llorando y tenía una herida en el brazo derecho.
            —Suelta inmediatamente a la señora —le ordenó Jack apuntándole con el revólver a la cabeza.
            —¿Qué te pasa, poli? —preguntó con guasa el chino—. No puedes dispararme. Darías a esta vieja.
            La mujer chilló pidiendo auxilio. Le clavó la pistola en la sien para que se callase.
            El equipo de Sam, junto con unos sanitarios, estaba en el borde de las escaleras. Preguntó por radio qué habían sido esos disparos. Jack le describió la situación en la que estábamos. Sin embargo, le ordenó que no actuasen, podría matar a la mujer.
            La situación era muy tensa. Se oían los helicópteros que sobrevolaban el edificio. Tenían asegurado el tejado.
            —Ríndete —ordenó Jack al traficante—. Estás rodeado. No puedes escapar.
            —No. No podéis tocarme porque tengo una rehén.
            Se rió malévolamente.
            Jack apretó la mandíbula. Estaba cansado, herido y no sabía qué podía hacer.
            Sólo un tresillo era lo que se interponía entre mi amigo y el asesino que agarraba con fuerza a una posible nueva víctima.
            No pensé. Sólo actué por instinto. Entré por el pasillo de la entrada al apartamento. Rodeé el sofá y le metí un buen mordisco al culo del secuestrador.
            Todo lo siguiente ocurrió en apenas un par de segundos.
            Gritó de dolor y apretó el gatillo del arma robada. Sin embargo, Jack fue más rápido y le acertó una bala en el hombro derecho, haciendo que desviase el brazo. La bala del .45 impactó contra la pared.
            La mujer consiguió liberarse y corrió fuera del piso. Un policía la agarró por la cintura y la puso a salvo. Le atendieron los sanitarios. Se recuperaría. Su herida era superficial.
            En cuanto la mujer se liberó, Jack le volvió a disparar en la rodilla. Esta vez cayó al suelo. Me puse encima de él. Gruñéndole ferozmente.
            El equipo de Sam entró y se llevó arrestado al chino. Resulta que era uno de los lugartenientes de Chuang-Tsé, un peligroso asesino que había conseguido eludir la justicia en más de una ocasión. Esta vez, no.
           
            Cuando salimos a la calle, esta vez por la puerta principal, Claire se abalanzó sobre Jack y le dio un fuerte abrazo.
            —Estaba muy preocupada por ti —dijo entre lágrimas—. Temía lo peor.
            —Cálmate —dijo mientras me acariciaba la cabeza a modo de consuelo —. Sólo es una herida de nada. Aquí, el verdadero héroe ha sido Maxwell. Le mordió el trasero al chino ese.
            Consiguió arrancarle una risita entre las lágrima. Yo moví la cola y ladraba. estaba contento. Al final, no habíamos salido malheridos de la situación.
            Jack se fue hacia la ambulancia, se sentó en una camilla. Me acerqué a él. Pero un sanitario me impidió el paso.
            —Deja que se acerque —ordenó Jack—. Es mi compañero.
            Me acarició y me dirigió una amplia sonrisa.
            —No te preocupes. Un par de puntos y listo —miró al sanitario—. ¿Verdad? Esto no es nada grave, ¿a qué no?
            —No —respondió—. Esto se lo trataremos enseguida. Aunque tendrá que visitar el hospital en un par de días para que le quitemos los puntos. Por lo demás, en cuanto acabemos, podrá irse a casa.
            —Gracias, hombre.
            El capitán estaba también en la calle, apoyado en su coche. Comentó algo con el agente federal que le estaba acompañando. Se despidió amablemente de él. Luego, vino hacia nosotros. Se secó con un pañuelo el sudor de su calva y se lo guardó en el bolsillo del pantalón.
            —Bueno, chicos —comenzó a decirnos—. Los chinos de la banda local y la rival van a ser juzgados por un tribunal federal. Al parecer, esto es mucho más grande que una simple pelea entre banda rivales por el control de una zona. Eso sí, nos han asegurado que todo el mérito es nuestro, del departamento de policía de Nueva York. Y…cambiando de tema. ¿Estás bien, Jack?
            —Sí —añadió Jack—. Su olfato es prodigioso. Consiguió encontrar el rastro del chino y nos llevó hasta este edificio. Si no llega a ser por él, las cosas podrían haber acabado bastante mal.
            —En eso tienes toda la razón —dijo Claire. Me miró y sonrió. Aun tenía los ojos rojos por las lágrimas—. Muchas gracias por cuidar de Jack. Eres el mejor agente perruno.
            Moví la cola y emití un ladrido de satisfacción.
            Se echaron a reír.
            —Bueno, venga —dijo Callahan—. Ahora toca recoger todo esto, abrir la zona al tráfico, rellenar un montón de informes... ¡Ay! Menudo día que hemos tenido y todavía lo que nos queda de él.
            —Claro, capitán —respondió Claire—. Pero, ahora, estoy muy liada. Voy a acompañar a Max a casa para que descanse, que hoy ha tenido demasiadas emociones.
            —Es verdad —añadió Jack—. Lo de hoy ha sido una experiencia agotadora para todos nosotros. En cuanto me curen, me iré a casa a reposar. Que estoy herido, jefe.
            —Vale —dijo el capitán—, de acuerdo, os doy el día libre. Pero mañana, os quiero puntuales en la oficina. ¿Comprendido? ¡Ah!...Casi se me olvida. En una semana estamos en julio. Vacaciones, época de plena actividad para ladrones y para el tráfico de drogas. Habrá que ir a las playas y al puerto, a vigilar la zona. Es posible que llegue una nueva remesa de contrabando de parte los chinos. Así que, habrá que estar atentos...
            Un ladrido fue suficiente para darles a entender que estaba listo para volver a entrar en acción. Se rieron. Sabían que mi olfato ya les había ayudado en más de una ocasión. Y volvería a hacerlo.


- FIN -

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