lunes, 8 de agosto de 2011

Un olfato prodigioso (3)

            No obstante, me quedé parado. La escena que tenía ante mí era muy diferente a lo que yo me había imaginado. Todos los que estaban allí gritaron al unísono:
            —¡Felicidades, Maxwell!
            “¿Hoy es mi cumpleaños?”, me pregunté asombrado. “¿Cómo he podido olvidarlo? Será por los días tan ajetreados que hemos tenido estos días. Qué tonto he sido. Por eso Jack se comportaba de esa manera tan rara. Era una fiesta sorpresa”.
            —Felicidades, campeón —me dijo Jack —. Ya tienes cuatro años, viejo.
            Me abrazó. Todos mis compañeros del trabajo también se acercaron e hicieron lo mismo. Claire, la forense amiga íntima de Jack, se acercó. Se agachó hasta ponerme hasta mi altura y me dio un beso en la frente.
            —Muchas felicidades, Max. Eres el mejor compañero de cuatro patas que unos policías como nosotros podrían tener.
            Me puse sobre mis dos patas traseras y le lamí la cara. Jack enseguida se interpuso.
            —No te aproveches, pillo —dijo entre risas.
            También le lamí la cara. Era el perro más feliz del momento
            Nuestro jefe, el capitán Callahan, con su brillante calva y su bigote canoso, se aproximó a mí. No me acerqué mucho a él. Era un hombre fácilmente irritable, serio y de fuerte carácter. Supongo que es en lo que transformas tras ser un veterano, con una larga carrera profesional a sus espaldas. Se puso de cuclillas delante de mí.
            —Ven aquí y dame un abrazo, mi querido sabueso —me lo dijo con una amplia sonrisa, con los brazos abiertos.
            Me abalancé sobre él, aunque no le lamí. Eso no lo soportaba. Se echó a reír como nunca nadie le había visto hacerlo.
            “Al fin se relaja un poco este malhumorado”, pensé.
            Sam, otro de nuestros compañeros de trabajo, un hombre bastante alto y muy fuerte, se aproximó silenciosamente.
            —¡Sonreíd! —espetó y nos sacó una foto. El flash nos sorprendió.
            Callahan se quedó quieto. Respiró profundamente. Se puso de pie y yo me senté.
            —Hoy es un día especial —dijo Harry mientras miraba con cara inexpresiva a Sam—. Por eso, y porque el cumpleañero está delante, no te hago tragar esa cámara.
            Sam se dio media vuelta y sacó otras fotos a los demás. Callahan hizo un gesto de negación con la cabeza. Me miró y me dirigió una sonrisa.
            —¿Qué te parece si abrimos los regalos?
            Emití un pequeño ladrido como afirmación.
            —¡Atención, muchachos! —gritó en alto. Inmediatamente, todos se callaron—. Es la hora de entregarle los regalos al invitado de honor.
            Rápidamente, se apresuraron a coger unos paquetes que tenían en la mesa. Los depositaron justo delante de mí. Los estuve olfateando, tocándolos con las patas para adivinar qué es lo que contenían. Intenté abrir uno pequeño, mordiéndolo, pero el papel del envoltorio no tenía un gusto muy agradable. Levanté la cabeza para buscar a Jack. Le encontré apoyado en la columna del entro de la sala, hablando con Claire. Le llamé de un ladrido. Se giró hacia mí. Dio unos pasos y se agachó.
            —¿Qué te pasa? —me preguntó con una sonrisa—. ¿No puedes abrirlos?
            Cogió el paquete y lo abrió de un rápido movimiento. Dentro había un objeto de plástico, de color claro, semejante a un hueso. Pero no olía a hueso. El olor que desprendía era el de plástico nuevo. Jack lo apretó con la mano y emitió un sonido como un pitido. Me quedé algo sorprendido. Se lo cogí de la mano con mi boca. Apreté las mandíbulas y vivió a sonar ese pitido tan extraño.
            A la vez de que me entretenía un rato con este falso hueso, Jack y los demás desenvolvieron sus regalos. Le comentaban qué era cada cosa que me habían comprado. Sobre todo juguetes. Claire me había comprado un paquete de pelota de tenis, pero no de las normalitas, sino de las resistentes y especialmente hechas para perros traviesos. El capitán habría comprado un silbato especial. Según él era para que, cuando soplases por el instrumento, sonara un sonido muy agudo que sólo los perros lo oyesen y acudiesen a la llamada.
            —No creo que con él funcione —dijo Jack mientras me señalaba con el pulgar.
            —Tú sopla y prueba a ver qué pasa —respondió Callahan.
            Jack sopló por el silbato. Moví las orejas hacia la fuente del sonido. Emití un pequeño ladrido y seguí mordiendo y olisqueando los juguetes que tenía a mi alrededor.
            Se echaron a reír.
            —Te lo dije.
            —Tú practica con él. Ya verás como al final acudirá a la llamada.
            Siguieron hablando. Entretanto, Claire cogió el paquete que Jack había traído y había depositado sobre la mesa.
            —¿Eh, Jack? —preguntó Claire—. ¿Esto también es para Max?
            —¡Oh, sí! —respondió—. Casi se me olvida.
            Jack cogió el paquete de las manos de Claire. Le susurró algo al oído. Claire hizo un gesto de afirmación, comprendiendo lo que le había contado. Se dio media vuelta y se puso a mi lado.
            —Atended un momento, chicos —dijo al público, con poco éxito. Se calló cogió aire y gritó en voz alta—: ¡Callad y atended!
            Al instante, todos callaron y se quedaron mirándonos.
            —Ahora —prosiguió tras la pausa—, Jack va a abrir el regalo estrella para Max, en el que todos hemos participado.
            Hicieron un gesto de comprensión, afirmando que ya sabían qué era.
            —No es comida especial para ti —me dijo en voz baja Claire—. Eso vendrá después.
            Jack abrió el paquete delante de mí. En su interior parecía que hubiese una chaqueta. Pero yo no uso ropa, salvo cuando hace frío o nieva, algo bastante común en esta ciudad. La cogió y la sostuvo en alto.
            —Ven aquí —dijo Jack—. A ver qué tal te sienta.
            Tardamos un poco, pero al final me ajustó bien la prenda. Era relativamente ligera. No parecía una chaqueta normal. Su color oscuro y su olor no parecían de una prenda de vestir común.
            —Te queda muy bien —comentó Claire—. Hace juego con el color de tu pelo.
            —Es de los mejores que hay en el mercado para seguridad —dijo Sam—. Nos costó un poco encontrarlo, ya que nos suelen venderlos para perros  policías de ciudad. Se los dan sobre todo a los militares.
            —Pero, ya sabéis que tengo contactos en el Ejército —interrumpió Callahan—. Mi hermano está al mando de un regimiento de Rangers que está en Afganistán. Así que le pedí un favorcillo.
            —Es un chaleco antibalas canino —especificó Jack —. Y, no sólo balas, también protege contra cuchillos. Es ligero y permite bastante movilidad. Eso sí, nunca te confíes y actúes como un loco en medio de un tiroteo, porque una bala en la cabeza o una explosión fuerte siguen siendo mortales. ¿Entendido?
            Se agachó y me abrazó por el cuello. Le lamí la cara en gesto de agradecimiento. Movía la cola de felicidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario