domingo, 7 de agosto de 2011

Un olfato prodigioso (2)

            El coche se detuvo. Ya habíamos llegado al trabajo. Estábamos en el aparcamiento subterráneo. Me percaté de que hoy había más coches de lo habitual.
            —¿Otra vez soñando despierto? —me preguntó Jack mientras apagaba la radio y sacaba la llave del contacto.
            Le miré con cara despreocupada. Me acarició la cabeza. Emití un pequeño gemido de placer. Me gusta que acaricien, me deja más tranquilo. Por lo general, suelo ser bastante nervioso.
            Desabrochó su cinturón y el mío. Se guardó las gafas de sol en el bolsillo de la camisa. Abrió la puerta y dio la vuelta por delante.
            —¡Venga, abajo! —exclamó mientras abría la puerta.
            Salí del todoterreno y me fui hacia la puerta de entrada.
            —¡Eh!  —gritó—. Espérate. Que tengo que sacar una cosa del maletero.
            Ya se me olvidaba que guardó un paquete en el maletero. Me pregunto qué es lo que tendrá. Supongo que será material para la oficina. Estos últimos días estaban preparando algo en la oficina. Una especie de celebración de algo. Supongo que será porque pronto nos darán vacaciones de verano. Aunque, yo no suelo prestarle mucha atención a esas cosas.
            Jack llevaba la bolsa en su mano izquierda con bastante facilidad. El paquete no debía pesar mucho. En al otra mano llevaba las llaves. Iba hacia la puerta. Sin embargo, se dirigió hacia la derecha. Hacia las escaleras de servicio. Me quedé quieto en el sitio. Le miré extrañado, preguntándome a dónde iba.
            —Vamos, Maxwell —me dijo en con una inusual cara sonriente—. Hoy vamos a ir al despacho por las escaleras de servicio. Que son sólo tres pisos de nada. Así, llegaremos antes.
            Metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. Sin saber si era bueno o malo lo que tramaba, le seguí, aunque desconfiado. Siempre hay que tener cautela en situaciones anormales.


            Llegamos al tercer piso. Una vez en la puerta, Jack llamó a la puerta. Golpeó dos veces seguidas y luego un golpe un poco más fuerte que el anterior.
            “¿Una contraseña?”, pensé.
            En ese preciso instante, caí en la cuenta de que las escaleras de servicio no llevan a los despachos. Dan directamente a la sala común, que solía ser usadas para reuniones informales o para la hora de comer.
            Abrí la boca, pero no emití ningún sonido. Oí perfectamente el sonido de la cerradura. La puerta se abrió desde dentro. Todo estaba a oscuras. No se veía nada. Capté algunos sonidos: cuchicheos, gente hablando en voz muy baja y objetos de cristal golpeándose.
            Jack carraspeó fuertemente. Del interior de la sala oscura ya no se producía sonido alguno. Le miré extrañado, preocupado por lo que pudiera pasar. Inclinó la cabeza hacia mí, sonrió y me guiñó un ojo. Hizo un ademán con la mano para que pasase para dentro. Ya que no se oía nada y todo estaba completamente a oscuras, intenté captar algún olor peculiar que delatase qué ocurría allí. Había olores dulces, suaves, agradables. No parecía que aquello donde me estaba metiendo pareciese una trampa. ¿O sí?
            Lentamente, entré con la cabeza gacha, pero mirando al frente, procurando captar cualquier signo de que ahí había elementos hostiles. Jack cerró la puerta cuando pasamos. De repente, la sala se iluminó. Adopté una postura agresiva y me propuse saltar encima del primer individuo.

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